Hay tantos recuerdos
que vienen a mi memoria... Tengo recuerdos de muy pequeña, son
sensaciones. La tibieza del sol de otoño, aromas, cosquillas del
pasto, colores. Los colores son el amarillo, naranja y celeste. Estos
son los recuerdos del jardín del frente de la casa de mi abuela
Pilar.
Lamentablemente no tuve mucho tiempo para compartir con ella. Pero sí con mi abuelo, que siempre se encargó del jardín del fondo y una vez que mi abuela no estuvo más del de adelante también.
En el fondo mi abuelo cultivaba su verdura, recuerdo de pequeña los armazones de caña para los tomates. Mi abuelo Benjamín siempre estaba cortando y secando cañas para hacer tutores para sus plantas. Recuerdo las plantas altas de maíz, la escarola, la radicheta y el perejil. Esta sección de quinta estaba a un costado de la casa y la delimitaba una pared de laureles y un arbusto de rosas rococó. En la otra punta un granado. Más allá una fila de amarilis rojos con rayas blancas, que a mí se antojaban cabezas de gallinas, bordeaban la medianera. Tenía muchos frutales, ciruelos, nísperos donde siempre había algún picaflor libando, un limonero y me contaron que tubo manzanos y durazneros pero el clima húmedo de Buenos Aires hacía que los frutos se echaran a perder. Con respecto a las flores del fondo, la casa terminaba en una larga galería. Enmarcando esa galería había un cantero de margaritas, de flores blancas y grandes, debajo de ellas crecían no me olvides; a un lado del cantero un tilo daba sombra en verano y perfume en primavera. Más allá una parra de uvas chinche también aportaba su frescura y sombra. Sus raíces crecían en la tierra de un cantero que bordeaba una pared del cuarto donde mi abuelo guardaba sus herramientas. Este cantero estaba habitado por la enredadera taco de reina, con sus flores naranjas y con lazo de amor.En la base de los árboles crecían brincos y conejitos. Me gustaba mucho jugar con sus frutos, apretar los brincos para que saltaran las semillas y sacudir los conejitos como a un salero para que las semillas se esparcieran como sal.
Una anécdota: cuando mi abuelo desmalezaba y hacía podas para mantener el orden del jardín a mi me daban mucha pena, todas las plantitas que arrancaba, entonces “las rescataba”. Robaba algunas de la pila que el armaba y las plantaba en una gran maceta en forma de cántaro que había en el fondo del terreno. No recuerdo ahora las especies, pero se que mi maceta siempre estaba verde. Y de vez en cuando con alguna flor.
El fondo se conectaba con el jardín del frente por un pasillo ancho, separado por un portón alto para que el perro y las gallinas, que yo no llegué a ver, no pasaran al jardín de las flores. A lo largo del pasillo, en el centro, estaban dispuestos en fila algunos enanos y macetas; esas macetas de cemento con formas de animales y otros arabescos. Tampoco recuerdo bien qué plantas había allí, creo que eran suculentas, era un sitio donde daba mucho el sol por la tarde. Lo que sí recuerdo, es que llamaba a ese pasillo el cementerio de las mariposas, porque siempre encontraba alguna de ellas descansando sus últimas horas. Yo las atrapaba y las llevaba a alguna planta donde me parecía que iban a estar más felices.
Desde el pasillo podía verse parte del jardín de las flores. Contra la medianera un cantero recto de calas. Por fotos sé que allí había césped en un principio y después se construyeron dos huellas de cemento para que entrara el coche.
En la época que yo no recuerdo, pero conozco por fotos, la casa delimitaba con la calle por una pequeña pared de material con una empalizada de madera pintada de verde claro y una ligustrina bien podada. Un hermoso portón de madera invitaba a entrar. Luego la ligustrina y la madera fueron reemplazadas por rejas bajas.
Recuerdo que a la hora de la siesta iba a ese jardín y jugaba con los pétalos de un enorme rosal rococó que apoyaba sobre una de las medianeras, la contraria al cantero de calas. Mi abuela me había enseñado que había que descabezar las rosas abiertas para que nacieran más pimpollos. Entonces tomaba las flores, separaba los pétalos y los tiraba al aire y dejaba que cayeran sobre mí como una lluvia. ¡Cómo lo disfrutaba!. Ni mi abuela, ni mi abuelo nunca me retaron por hacer semejante desorden en el suelo, sospecho que me espiaban, y disfrutaban de su nieta bailando entre las flores. El frente de la casa tenía dos ventanas y en medio de ellas la puerta de entrada. Una galería abierta cubría una de estas ventanas y la puerta, que estaba unida al portón de entrada por un camino de piedra granítica.Una columna sostenía este techo. Sobre esa columna se apoyaba y rosal más bonito que vi. Sus flores eran de un intenso color amarillo, muy perfumadas. Cuento esto y siento una gran angustia porque perdí ese rosal.
La columna era una de las
esquinas del cantero central. Uno de los lados, el más cercano a una
de las ventanas de la casa, tenía plantas altas, marcando el límite
entre un pasillo de granito y el césped. Crecían gladiolos rojos,
rosados y blancos. Dalias de flores enormes rojas, amarillas y
naranjas. El lateral que bordeaba el camino que comunicaba el
portón y la puerta de entrada tenía un cantero de caléndulas. En el
medio rosales de varios colores crecían prolijamente. Recuerdo
rosas blancas, rosadas, amarillas y bordeaux.
Sobre la reja que
daba a la vereda más dalias, gladiolos y debajo de ellas, en una
segunda línea crecían no me olvides, hortensias de invierno e iris
japónica, conejitos y brincos. Recuerdo cuánto me maravillaban esas
pequeñas flores celestes con su centro amarillo y blanco. Del otro
lado del camino donde estaba el rosal rococó había, debajo de la
reja, un cantero con lazo de amor y entre ellos el caño de desagüe
del jardín donde, por muchos años habitó un sapo al que todas las
tardes iba a saludar. Luego, entre el césped siempre impecable
canteros circulares con dalias enanas color bordeaux y hacia el
lado de la galería techada una enorme planta de la moneda y una dama de
noche que con mi hermana nos gustaba ir a espiar, a esa hora cuando
abría sus flores. En la galería había macetas con lazo de amor y
otras plantas que no recuerdo bien.
Amalia. 2008
http://www.eljardindemiabuela.com.ar
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